Ejemplos de sátira

La sátira, en literatura, es un texto en prosa o en verso que emplea la agudeza bajo la forma de la ironía, la alusión o la burla para mostrar la locura, la injusticia y la necedad humanas. La sátira también se encuentra en el periodismo y alcanza el ámbito de las artes plásticas a través de la caricatura y de movimientos pictóricos como el expresionismo. El término deriva del latín satyra, ‘mezcla’ o ‘plato colmado’, y se relaciona con el adjetivo también latino que significa ‘repleto’. Satyra designa, en realidad, una forma poética propiamente romana. En el renacimiento, como resultado de una falsa interpretación de la etimología, se asoció con la palabra sátiro, por lo que adquirió la connotación de burla lasciva. De todos modos, desde la antigüedad se suponía que las sátiras señalaban debilidades y alertaban sobre las conductas reprobables.

Ejemplos de sátira

Fragmento de ELOGIO DE LA LOCURA (Erasmo de Rotterdam)
Capítulo IV
No querría que creyeseis que lo he compuesto para exhibición del
ingenio a la manera que lo hace la cáfila de los oradores. Pues éstos,
según ya  sabéis, cuando pronuncian un discurso que les ha costado
treinta años elaborar, y que más de una vez es incluso ajeno, juran que lo
han escrito, y aun que lo han dictado, en tres días, como por juego.

A mí siempre me ha sido sobremanera grato decir lo que me venga a la
boca. Que nadie espere de mí, pues, que comience con una definición de mí
misma, según es costumbre de los retóricos vulgares, y mucho menos que
formule divisiones, pues constituiría tan mal presagio el poner límites a
mi poder, que tan vasto se manifiesta, como separar las partes de aquello
en que confluye el culto de todo linaje de gentes. Y, en fin, ¿a qué
conduciría el convertirme con una definición en imagen o fantasma, cuando
me tenéis presente ante vosotros mirándome con los ojos? Según veis yo soy
verdaderamente aquella dispensadora de bienes llamada por los latinos
«Stultitia», y por los griegos, «Moria».

Capítulo V
Sin embargo, ¿qué necesidad había de decíroslo? ¡Como si no
expresasen bastante quién soy el semblante y la frente; como si alguno que
me tomase por Minerva o por la Sabiduría no pudiese desengañarse con una
sola mirada aun sin mediar la palabra, pues la cara es sincero espejo del
alma! En mí no hay lugar para el engaño, ni simulo con el rostro una cosa
cuando abrigo otra en el pecho. Soy en todas partes absolutamente igual a
mí misma, de suerte que no pueden encubrirme esos que reclaman título y
apariencias de sabios y se pasean como monas revestidas de púrpura o asnos
con piel de león. Por esmerado que sea su disfraz,  les asoman por
algún sitio las empinadas orejazas de Midas. ¡Ingratos son conmigo, por
Hércules, esos hombres que, aun perteneciendo en cuerpo y alma a mi tropa,
se avergüenzan tanto de nuestro nombre ante el vulgo, que llegan a
lanzarlo contra los demás como grave oprobio! Por ser estultísimos, aunque
pretendan ser tenidos por sabios y por unos Tales, ¿no merecerían con el
mejor derecho que les calificásemos de sabios-tontos?.

Noticia de dos columnas impresaFragmento de TIRANO BANDERAS (Ramón María Valle-Inclán)
Capítulo V
Niño Santos se retiró de la ventana para recibir a una endomingada diputación de la Colonia Española: El abarrotero, el empeñista, el chulo del braguetazo, el patriota jactancioso, el doctor sin reválida, el periodista hampón, el rico mal afamado, se inclinaban en hilera ante la momia taciturna con la verde salivilla en el canto de los labios. Don Celestino Galindo, orondo, redondo, pedante, tomó la palabra, y con aduladoras hipérboles saludó al glorioso pacificador de Zamalpoa:

—La Colonia Española eleva sus homenajes al benemérito patricio, raro ejemplo de virtud y energía, que ha sabido restablecer el imperio del orden, imponiendo un castigo ejemplar a la demagogia revolucionaria. ¡La Colonia Española, siempre noble y generosa, tiene una oración y una lágrima para las víctimas de una ilusión funesta, de un virus perturbador! Pero la Colonia Española no puede menos de reconocer que en el inflexible cumplimiento de las leyes está la única salvaguardia del orden y el florecimiento de la República.

La fila de gachupines asintió con murmullos: Unos eran toscos, encendidos y fuertes:

Otros tenían la expresión cavilosa y hepática de los tenderos viejos: Otros, enjoyados y panzudos, exudaban zurda pedantería. A todos ponía un acento de familia el embarazo de las manos con guantes. Tirano Banderas masculló estudiadas cláusulas de dómine:

—Me congratula ver cómo los hermanos de raza aquí radicados, afirmando su fe inquebrantable en los ideales de orden y progreso, responden a la tradición de la Madre Patria.

Me congratula mucho este apoyo moral de la Colonia Hispana. Santos Banderas no tiene la ambición de mando que le critican sus adversarios: Santos Banderas les garanta que el día más feliz de su vida será cuando pueda retirarse y sumirse en la oscuridad a labrar su predio, como Cincinato. Crean, amigos, que para un viejo son fardel muy pesado las obligaciones de la Presidencia. El gobernante, muchas veces precisa ahogar los sentimientos de su corazón, porque el cumplimiento de la ley es la garantía de los ciudadanos trabajadores y honrados: El gobernante, llegado el trance de firmar una sentencia de pena capital, puede tener lágrimas en los ojos, pero a su mano no le está permitido temblar. Esta tragedia del gobernante, como les platicaba recién, es superior a las fuerzas de un viejo. Entre amigos tan leales, puedo declarar mi flaqueza, y les garanto que el corazón se me desgarraba al firmar los fusilamientos de Zamalpoa. ¡Tres noches he pasado en vela!

—¡Atiza!

Se descompuso la ringla de gachupines. Los charolados pies juanetudos cambiaron de loseta. Las manos, enguantadas y torponas, se removieron indecisas, sin saber dónde posarse.
En un tácito acuerdo, los gachupines jugaron con las brasileñas leontinas de sus relojes.
Acentuó la momia:

—¡Tres días con sus noches en ayuno y en vela!
—¡Arrea!

Era el que tan castizo apostillaba un vinatero montañés, chaparro y negrote, con el pelo en erizo, y el cuello de toro desbordante sobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosa tenía la brutalidad intempestiva de una claque de teatro. Tirano Banderas sacó la petaca y ofreció a todos su picadura de Virginia:

—Pues, como les platicaba, el corazón se destroza, y las responsabilidades de la gobernación llegan a constituir una carga demasiado pesada. Busquen al hombre que sostenga las finanzas, al hombre que encauce las fuerzas vitales del país. La República, sin duda, tiene personalidades que podrán regirla con más acierto que este viejo valetudinario. Pónganse de acuerdo todos los elementos representativos, así nacionales como extranjeros…

Hablaba meciendo la cabeza de pergamino: La mirada, un misterio tras las verdosas antiparras. Y la ringla de gachupines balanceaba un murmullo, señalando su aduladora disidencia. Cacareó Don Celestino:

—¡Los hombres providenciales no pueden ser reemplazados sino por hombres providenciales!

La fila aplaudió, removiéndose en las losetas, como ganado inquieto por la mosca. Tirano Banderas, con un gesto cuáquero, estrechó la mano del pomposo gachupín:

—Quédese, Don Celes, y echaremos un partido de ranita.
—¡Muy complacido!

Tirano Banderas, transmudándose sobre su última palabra, hacía a los otros gachupines un saludo frío y parco:
—A ustedes, amigos, no quiero distraerles de sus ocupaciones. Me dejan mandado.

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